Proclamando el Evangelio y preparándonos para el pronto regreso del Señor Jesús.

¿Quién está en tu barca?

La Biblia nos narra una extraordinaria experiencia de la vida de Jesús (en el libro de San Marcos 4:35-14), la cual contiene un poderoso mensaje para ti y para mi hoy.

Cierto atardecer, después de muchas actividades durante el día enseñando las preciosas verdades del evangelio, sanando enfermos y atendiendo las necesidades de la gente, Jesús se hallaba agotado. El Salvador del mundo había alcanzado un punto en que necesitaba unas horas de privacidad, de soledad y de descanso. Fue así que les pidió a sus discípulos que le alistaran una barca, en el gran lago de Genezaret.

Esta hermosa reserva de agua de 13 millas de largo por 8 de ancho es tan grande que también se la conoce como el Mar de Galilea. Todavía hoy continúa siendo el lago más importante de Israel. Mucho de la vida y ministerio de Jesús había transcurrido alrededor de sus riberas. De hecho, allí conoció a varios de sus discípulos, quienes eran pescadores de profesión.

Este día, Jesús decidió navegar con sus discípulos a la ribera oriental, donde esperaba poder descansar. Sin embargo, puesto que su mensaje de salvación lo habían convertido en una verdadera celebridad, todo el mundo quería acercarse a él, escucharlo y ver sus milagros, no pudiendo evitar que mucha gente lo siguiera en otras barcas. En cuanto su embarcación se puso en camino, ya caído el sol, Jesús se recostó en un rincón en su popa, y en pocos momentos quedó profundamente dormido.

El bote avanzaba lentamente su recorrido de varias millas, a velocidad de sus remeros, cuando repentinamente comenzó a soplar un viento característico de este lago – según comentan los habitantes del lugar -. Es muy común que soplen vientos provenientes del cercano Mar Mediterráneo, y que terminen desencadenándose en fuertes tempestades sobre el Mar de Galilea. Esta fue una de esas ocasiones.

El cielo comenzó a cubrirse de espesas nubes, las cuales acentuaron la oscuridad de la noche, mientras el viento agitaba cada vez más las aguas y la embarcación. Los discípulos comenzaron a usar toda su experiencia en tratar de mantener la barca en rumbo, pero el viento arreciaba más y más y la pequeña nave era ahora sacudida violentamente por las olas. Sólo un relámpago aquí y allá, que anunciaba la lluvia que se avecinaba, les permitía esporádicamente iluminar la escena.

El agua había comenzado a anegar la barca como producto de las fuertes oleadas, y los discípulos ya estaban entrando en un estado de angustia que al rato se convirtió en terror, ante la expectativa de que no lograrían sobrevivir.

Mientras tanto, exhausto, Jesús continuaba profundamente dormido. Comenzaron a gritarle, y finalmente lograron despertarle, clamando que los ayudara, o perecerían.
Inmediatamente, Jesús se incorporó, y con toda su autoridad extendió su brazo y clamó a gran voz: “Calla, enmudece”. En un instante, la tormenta cedió, cesaron el viento y los relámpagos, y una calma sorprendente cayó sobre las aguas del lago, dominando la escena. Las densas nubes desaparecieron rápidamente y el firmamento estrellado brillaba ahora sobre sus cabezas. Los discípulos, al igual que las muchas otras personas en las demás barcas, quedaron atónitos, y se decían entre sí: “¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?”

Esta barca es una elucuente representación de tu vida, y la mía. Todos tenemos nuestra barca. Allí llevamos, en este viaje por la vida, a nuestra familia, nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestras ocupaciones, nuestras finanzas, nuestras amistades, nuestro carácter, nuestra salud, y todo lo que conforma nuestra existencia.

Todos debemos enfrentar en nuestra vida momentos de tormenta, momentos en que todo se obscurece, momentos en que nuestra barca comienza a sacudirse y pareciera que no hay esperanza, que en cualquier momento va a hundirse.

Tal vez sea tu matrimonio que no está funcionando, o tal vez sea un hijo en malos pasos, o quizás un problema de salud, tuyo o de algún familiar, o la pérdida de un ser amado, o ese negocio que no logras que salga adelante, o un mal hábito del que no logras desprenderte, o cualquier otra cosa que perturba tu paz. Y no es de sorprender que en ocasiones, hasta nos asalten dos o tres tempestades al mismo tiempo, o una detrás de la otra, y sentimos que el mundo se derrumba delante de nuestros ojos. Parece como que no hay luz, que todo es tinieblas, viento y relámpagos, asaltando nuestra vida y llevándonos hasta el mismo borde de la catástrofe y la desesperanza.

A veces llegamos a un punto donde ya no hay nada. Donde lo único que quisiéramos es morir, y ya no tener que continuar lidiando con nuestra terrible realidad.

La pregunta es: ¿Está Jesús en tu barca? ¿Está tu barca dirigida por el po-der de Dios? ¿O eres tú solo, tratando de resolver todos tus dramas con tus propias fuerzas, al igual que los discípulos tratando de rescatar inútilmente su nave, por su propio esfuerzo?

Cuando pones tu vida en las manos de Jesús, cuando le clamas a él: “Señor, sálvame, que yo no puedo salvar mi barca de que se hunda”, entonces, al igual que lo hizo aquella noche, él va a levantarse y extender su brazo poderoso y tomar partido en tu situación, cualquiera que sea.

La Biblia asegura: “He aquí que yo soy Yahweh, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?” (Jeremías 32:27). Y Cristo mismo dijo: “Porque nada hay imposible para Dios.” (S. Lucas 1:37) y repite: “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios.” (S. Lucas 18:27). Con solo ver la historia en el Mar de Galilea, podemos creer que esto es verdad.

Cuando todo parezca negro y sin esperanza, o mejor aun, antes de llegar a ese punto, vuelve tus ojos a Aquel que todo lo puede, para quien nada es demasiado enredado o difícil. Entonces descubrirás que en realidad Jesús siempre estuvo contigo en tu barca, en silencio, sólo esperando el momento en que reconozcas que tu solo no puedes, y le llames.

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