Peter van Bemmelen
La Biblia! No hay otro libro en la historia que haya sido tan amado como injuriado. Millones han arriesgado sus vidas y esperanza por sus promesas y muchos se han pasado la vida atacando su credibilidad. Para muchos ella da respuestas vitales a preguntas sobre la vida y la muerte, el presente y el futuro, el pecado y la salvación. Para otros, no es nada más que un libro de mitos y fábulas.
Fuera de lo que sus admiradores y críticos podrían decir, un hecho se mantiene al margen de toda discusión: la Biblia es un libro único en historicidad, origen, monoteísmo, profecías y enfoque redentor. Otros libros pueden contener conceptos similares y proclamar principios morales elevados, pero la Biblia es diferente a todos los demás en multitud de aspectos.
Unica en historicidad
La historicidad es una de las características distintivas de las Escrituras. Mientras otra literatura religiosa contiene muchos mitos y leyendas, la Biblia presenta la narración histórica en forma directa.1 Los críticos pueden alegar que mucho material de la Biblia es mitológico y que su narrativa está plagada de errores históricos, pero los hechos contradicen tales afirmaciones. Descubrimientos arqueológicos de los dos últimos siglos han resaltado la naturaleza histórica de las Escrituras de muchas maneras. La arqueología no prueba que la Biblia es la Palabra de Dios, pero ciertamente ha iluminado y provisto en ocasiones la adecuada verificación, necesaria para el registro histórico de las Escrituras.2
Respondiendo a acusaciones de que la historia bíblica combina presunciones con errores, Donald Wiseman, un respetado profesor de asiriología, ha argüido con acierto que la evidencia arqueológica ha eliminado en su mayor parte aquellos “supuestos errores”. Ciertamente, “la mayoría de los errores pueden ser atribuidos a errores de interpretación de catedráticos modernos y no llegan a substanciar ‘errores’ de hecho presentados por los historiadores bíblicos. Esta perspectiva es más adelante confirmada cuando se recuerda cómo muchas teorías e interpretaciones de la Escritura han sido corroboradas o corregidas por descubrimientos arqueológicos”.3
Unica en su origen
Otra peculiaridad de la Biblia es la de su origen distintivo. ¿Por qué es el Antiguo Testamento tan diferente a cualquier otra literatura antigua contemporánea? Un salmo provee la respuesta: “Ha manifestado sus palabras a Jacob, sus estatutos y sus juicios a Israel. No ha hecho así con ninguna otra de las naciones; y en cuanto a sus juicios, no los conocieron” (Salmo 147:19-20). Israel estaba plenamente consciente del hecho de que Jehová, el creador de los cielos y la tierra, se había revelado a sí mismo a Abrahán y sus descendientes como no lo había hecho con otras naciones. El apóstol Pablo, quien habiéndose educado dentro del judaísmo llegó a ser el primero de los apóstoles del Evangelio, está de acuerdo con la reivindicación del salmista por la que Dios da especial revelación a Israel. “…que les ha sido confiada”, dice, “la palabra de Dios” (Romanos 3:1 y 2). “La Palabra de Dios” quiere decir lo mismo que “las Sagradas Escrituras” (2 Timoteo 3:15).
Ninguna otra nación o grupo étnico, tales com los babilonios, egipcios, griegos o romanos, produjeron alguna vez una colección de escritos como la Biblia. Esas naciones dejaron un legado de historia, literatura, poesía y drama, pero ninguna ha dejado nada similar a la ‘Scriptura’ hebrea que sea tan coherente, contando con un cuerpo unificado de escritos que cubren historia, biografía y ética; y un sistema religioso que abarque un período de más de mil años, escrito por muchos y muy diferentes autores. Su peculiaridad reside en la fuente de la cual el Antiguo Testamento emergió: la divina revelación exclusiva dada a Israel.
Desde luego, hubo un propósito divino detrás de esta revelación. La intención de Dios era que los israelitas, como receptores privilegiados de la revelación de Jehová, compartirían su conocimiento de Dios con otras naciones. Desde el comienzo Dios estableció su propósito, a saber, que en Abrahán y sus descendientes “todas las familias de la tierra” fueran benditas (Génesis 12:3; 22:18). El plan de Dios era que las Sagradas Escrituras, originalmente confiadas a los judíos, se volvieran eventualmente la herencia común de “toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apocalipsis 14: 6). Las Escrituras no fueron dadas solamente a Israel, sino que por medio de Israel llegaran a toda la familia humana.
Unica en monoteísmo
El monoteísmo es otra característica única que separa a la Escritura hebrea de toda otra literatura religiosa de los tiempos antiguos. Otras naciones fueron politeístas, y mucha de su literatura sacra está constituida por mitos relacionados con dioses y diosas multitudinarios. Por contraste, el Antiguo Testamento habla sobre Jehová como el único y verdadero Dios y no admite otro: “¡Oye, oh Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es! Y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:4 y 5). Esta confesión de Jehová como el único Dios, el Dios viviente, el creador del cielo y la tierra fue el fundamento de la religión de Israel.
Es verdad que a través de los siglos muchos israelitas sucumbieron a la atracción del politeísmo. Pero de manera consistente los profetas los llamaron a volver a la fe en el único Dios. Eventualmente, el monoteísmo prevaleció en Israel. A pesar del desinterés de los críticos modernos, la Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamentos, reconocen a un solo Dios. Este monoteísmo único de la Biblia, no es ni el resultado de genios humanos ni el producto final de un proceso evolutivo en la historia de la religión de Israel, sino que es “el discernimiento inspirado revelado por Dios a su pueblo”4. Sin esta revelación especial, Israel habría seguido el camino de todas las otras naciones antiguas. No habría habido Sagradas Escrituras con el retrato distintivo del supremo y soberano Dios.
Unica en predicciones proféticas
Las predicciones proféticas constituyen otra evidencia de la unicidad de la Biblia. Otras naciones han tenido profetas, pero ellos nunca hicieron predicciones que cubrieran cientos de años sobre el futuro y se cumplieran. Por ejemplo, la profecía de Daniel 2, describiendo la marcha de la historia desde Babilonia a través de Media y Persia, Grecia, Roma, las naciones divididas de Europa y el establecimiento del reino de Dios, no encuentra paralelo en cualquier otro relato literario. Tal predicción profética está más allá de toda sabiduría o previsión humanas. Daniel mismo reconoció la fuente divina de la profecía cuando se lo explicó directamente al rey Nabucodonosor: “Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber. . . qué ha de acontecer en los postreros días” (Daniel 2:28).
La predicción profética se toma en las Sagradas Escrituras como un serio indicador de la naturaleza del verdadero Dios, que se advierte en el desafío que Jehová lanzó: “Dadnos pruebas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses” (Isaías 41:23). El verdadero Dios puede revelar el futuro y sólo en la Biblia encontramos predicciones proféticas que han sido cumplidas exactamente luego de períodos prolongados de tiempo. Esto ofrece poderosas evidencias de que la Biblia es la Palabra de Dios de una manera única.
Los críticos, por supuesto, menosprecian el carácter distintivo de las revelaciones proféticas aduciendo que ellas no son más que historia escrita posteriormente al cumplimiento de los hechos. Para sustanciar o respaldar tales pretensiones, a menudo distorsionan la evidencia despiadadamente. Por ejemplo, ellos señalan que las profecías de Daniel, incluyendo el capítulo dos, fueron escritas en el segundo siglo d.C. por un autor desconocido, y no por el profeta Daniel en el siglo VI a.C. No obstante, aún esto no alcanzaría a explicar cómo ese escritor desconocido pudo prever que el cuarto imperio, Roma, sería el más poderoso de los cuatro imperios y que éste sería seguido por otro dividido, en condiciones que se mantendrían por más de mil quinientos años. Así, contrariando la clara evidencia de la historia y la propia del libro de Daniel, el cuarto reino, según dicen, se refiere a Grecia en lugar de Roma, haciendo que la profecía de Daniel 2, como otras predicciones proféticas de ese libro, tengan que ver con eventos ya ocurridos o a punto de producirse en el tiempo en que fueron descriptos. Pero hay evidencias arqueológicas, históricas, y lingüísticas que favorecen firmemente la fecha del siglo VI a.C. para el libro de Daniel5, lo cual lleva a la conclusión que las predicciones de Daniel 2 todavía continúan siendo testigos del hecho de que Dios es el verdadero autor.
Unica en su enfoque redentor
Sin embargo, las predicciones proféticas de la Biblia nunca han intentado gratificar la curiosidad humana. Ellas fueron dadas para revelar el verdadero carácter y propósito de Dios: salvar a la humanidad del pecado. Este plan divino para la redención de la raza humana fue desplegado progresivamente durante cientos de años. Primero, por la anticipación provista por medio de las revelaciones dadas a los patriarcas y a los profetas, y luego, en la encarnación del Hijo de Dios. Más que cualquier otra cosa, es el enfoque redentor el que caracteriza la unicidad de la Biblia, tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamentos, como la Palabra de Dios. Desde la primera promesa de redención en Génesis 3:15, hasta la seguridad final de la gracia de Jesucristo en Apocalipsis 22:21, la Biblia constituye una única y coherente revelación de Dios en búsqueda de los seres humanos perdidos.
La promesa del Antiguo Testamento y su cumplimiento en la encarnación, vida, muerte, resurrección y exaltación de Jesús de Nazareth como se registra en el Nuevo Testamento, provee suprema evidencia de que estos escritos son en verdad divinos. Acertadamente Pablo exalta la redentora unicidad de la Palabra de Dios: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16 y 17).
Jesús mismo frecuentemente apelaba al Antiguo Testamento para mostrar que su ministerio, muerte y resurrección, daban cumplimiento a esas promesas y profecías. Pero muchos de los dirigentes judíos rechazaron las reivindicaciones de Jesús y su interpretación de las Escrituras. El les dijo a los dirigentes en términos bien claros: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida . . . No penséis que voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?” (Juan 5:39, 40, 45-47) ¿No son estas mismas palabras aplicables hoy a muchos catedráticos cristianos, quienes mientras pretenden desarrollar una exégesis de la Biblia de rigor científico, neutralizan el significado obvio de las profecías en el Antiguo Testamento y frecuentemente atribuyen sus interpretaciones y aplicaciones en el Nuevo Testamento a la prejuiciada o mal informada comprensión de la iglesia primitiva?
Si nosotros creemos que Cristo es el que pretende ser: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6), entonces nosotros tenemos, como él, que aceptar las Escrituras como “la Palabra de Dios” (Marcos 7:13), como la Santa Escritura, la cual “no puede ser quebrantada” (Juan 10:35). No hay evidencia de que Jesús haya citado alguna otra fuente fuera de las Escrituras. En su conflicto con la tentación de Satanás en el desierto la Escritura fue su única arma. El dijo: “Escrito está: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).
Unica para mí
Yo me crié en un hogar secular. No teníamos oración, ni lectura de la Biblia, ni devoción alguna. A los diecinueve años dejé mi hogar para estudiar leyes en la Universidad de Groningen, Holanda, mi tierra natal. No comprendía el propósito de mi existencia y buscaba afanosamente el sentido de la vida. Por la lectura de la Biblia llegué a creer que ella tenía las respuestas para mi búsqueda. Acepté a Jesucristo como mi Salvador y Señor. Renuncié a estudiar leyes y me preparé para ser pastor. Trabajé durante diez años como misionero y luego regresé para realizar estudios teológicos superiores.
En el seminario teológico me confrontaron una miríada de preguntas críticas sobre la Biblia. ¿Escribió Moisés realmente los libros que se le atribuyen? ¿Fue David el autor de todos los salmos que van bajo su nombre? ¿Fue el libro de Isaías escrito por tres o más personas desconocidas en lugar del profeta Isaías? ¿Se originó el libro de Daniel en el segundo siglo a.C. en lugar del sexto? ¿Fueron las narraciones del libro de Génesis mitos antes que relatos históricos? ¿Fueron los cuatro evangelios invenciones plagadas de contradicciones y faltas a la verdad? Mi confianza en la Biblia como revelación divina vaciló. Comencé a preguntarme si la Biblia realmente era lo que había creído que era cuando me convertí catorce años antes. Me di cuenta que si perdía mi confianza en la Biblia podía perder mi fe en Cristo, tarde o temprano, porque era por las Escrituras que él se me había revelado a sí mismo y me había hablado continuamente por medio de ellas.
Después de mucha oración y estudio, decidí que iba a mantenerme apegado a Cristo y a su Palabra, aunque yo no podía contestar todas las preguntas críticas en aquel momento. Ahora, cerca de treinta años más tarde, plenos de estudio y oración, muchas preguntas han sido contestadas y otras permanecen sin resolver. Sin embargo, tengo la confianza de que un día Dios me proveerá las respuestas, sea en esta vida o en el mundo por venir. A través de los años, mientras estudio cuanta evidencia puedo hallar, continúo cultivando mi relación personal con mi amante y compasivo Salvador y estoy más convencido que nunca de que la Biblia es verdaderamente la Palabra de Dios. No hay otro libro que califique para ese título.
Peter van Bemmelen (Th.D., Andrews University) es profesor de teología en el Seminario Teológico Adventista. Su dirección es: Andrews University; Berrien Springs, Michigan 49104; E.U.A.
Notas y referencias
• Todos los pasajes bíblicos que aparecen en este artículo han sido tomados de la versión Reina-Valera revisada, 1960.
1. Por ejemplo, nota lo que Elena White escribió en 1876 en un tiempo cuando la crítica moderna trataba de socavar la veracidad histórica de la Biblia: “Las vidas registradas en la Biblia son historias auténticas, de individuos reales. Desde Adán en adelante, a través de sucesivas generaciones, hasta los tiempos de los apóstoles, tenemos el relato sencillo, prístino, de lo que sucedió realmente y la genuina experiencia de seres reales” (Testimonies for the Church[Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Assn., 1948], vol. 4, p. 9).
2. Ver Kenneth A. Kitchen: Ancient Orient and Old Testament(Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1966).
3. Donald J. Wiseman: “Archaeology and Scripture”, Westminster Theological Journal 33 (1970-1971): 151, 152.
4. Ronald Youngblood: “Monotheism”, Evangelical Dictionary of Theology, Walter A. Elwell, ed. (Grand Rapids, Mich.: Baker Book House, 1984), p. 731.
5. Ver Frank B. Holbrook, ed.: Symposium on Daniel: Introductory and Exegetical Studies (Washington, D.C.: Biblical Research Institute.
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